Querido Señor, al comenzar un nuevo día, ofrezco mi cuerpo como un sacrificio vivo. Quiero ser consciente de tu espíritu guiándome en las decisiones que tomo, las conversaciones que tengo y el trabajo que realizo. Quiero ser más como tú, Jesús, al relacionarme con las personas que encuentro hoy, sean amigos o extraños. Te agradezco que prometas estar siempre conmigo y por ser el mismo ayer, hoy y siempre. Amén.
Por lo tanto, les ruego, hermanos y hermanas, a la luz de la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios; este es su verdadero y adecuado culto.
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